La pintura de Jaume Ribas en el Museu de Montserrat
La Sala Daura del Museo de Montserrat acoge, del 22 de octubre al 19 de marzo de 2017, la exposición Ábside, de Jaume Ribas (Palou, Granollers, 1944), una pintura para la contemplación, para la mirada lenta, profunda y reflexiva. “Nos lleva a mirar dentro de un espacio insondable, pero es a la vez, paradoxalmente superficial, un plano ciego que nos retorna a nuestra imagen y nos fuerza a pensar sobre nosotros mismos”, afirma el crítico de arte Álex Mitrani, comisario de la muestra.
Esta exposición es la ocasión para descubrir al Jaume Ribas más constructivo. Sus grandes artefactos cromáticos ofrecen la posibilidad de una sensualidad gozosa y solemne a la vez. A una elección de piezas cuidadosa, que remarca su sentido arquitectónico del color, a la muestra que acoge la Sala Daura se le añaden las últimas obras del pintor. Y aquí Jaume Ribas sorprende: de la herencia de Matisse y Rothko pasa a dialogar con Motherwell o Soulages. El negro es el protagonista, un negro que no es negativo sino lleno de delicados matices. Con él, el pintor se concentra en la lógica compositiva de unas piezas de poética monumental. Una juventud muy cercana a la experiencia espiritual emerge, quizás ahora, para dialogar con el espíritu montserratense.
La exposición Ábside es especial porque deviene una elección muy cuidados de piezas de su trayectoria y, aún, porqué en ella se presentan las obras más recientes, entre las cuales hay una serie que plantea un giro o una derivación interesante en Ribas: una serie basada en el negro y su contraste sobre el blanco. Son piezas muy potentes que introducen cambios pero a la vez dialogan con sus trabajos más conocidos, de dominante claramente sensual y colorista.
“Es una ventana y un espejo a la vez. En función de nuestro estado, de nuestras necesidades vitales, una pintura como esta nos libra de nosotros ofreciéndonos un paisaje infinito y abierto o bien nos conduce a una presencia, a una concentración, a centrarnos en nuestro yo verdadero, desnudo de inmediateces y falsas necesidades”, asegura Àlex Mitrani.
Por su peculiar técnica con el pigmento y las calidades voluptuosas de la pintura, Ribas podría parecer un pintor esencialmente sensual. Una juventud muy cercana a la experiencia espiritual emerge, ahora, para dialogar con el espíritu montserratense. En Ábside se confirma el sentido arquitectónico, monumental y meditativo de su pintura. A alguien le puede sorprender la última producción del artista, basada en el negro. No le da un valor moral ni anímico. No hay ningún drama tópico en esta negrura. Es más bien una sombra constructiva, una noche que permite destacar aún mejor la claridad. No es dura, opaca. Encontramos aquí unos negros atmosféricos, matizados, incluso levemente coloreados.
En Ribas predomina el sentido arquitectónico del color. Sus composiciones manifiestan una tensión entre espacio y geometría. Es muy peculiar su manera de dibujar con un trazo irregular y seguro a la vez que modifica el límite del cuadro. Siguiendo el bastidor, anula su carácter de frontera con un espacio otro, de fuera de la pintura. Así, el color se manifiesta como un territorio definido por sí mismo y no limitado por el soporte. La línea de Ribas es siempre cromática. Corta, define, multiplica grandes o pequeñas áreas de pigmentación y chorreos.
Rombos, cuadrados y trapecios se conjugan de manera articulada, con una extraña sensación de lógica y de arbitrariedad. Ribas es un apasionado del tangram. Tal vez, algo de este juego oriental se desplaza hasta su pintura. Hay una concordancia, recientemente estudiada, entre los juegos educativos y la vanguardia. Sólo hay una variación en la libertad y la profundidad, pero ambas se orientan a la imaginación y la inteligencia, al placer y al conocimiento. La concentración del juego está emparentada con la reflexión de la mirada estética: son gemelas. Los grandes artefactos cromáticos de Jaume Ribas nos ofrecen la posibilidad de una sensualidad gozosa y solemne a la vez. Se nos regala un instante para huir de la inmediatez contingente. Un momento de pintura, un tiempo de meditación.
Esta exposición es la ocasión para descubrir al Jaume Ribas más constructivo. Sus grandes artefactos cromáticos ofrecen la posibilidad de una sensualidad gozosa y solemne a la vez. A una elección de piezas cuidadosa, que remarca su sentido arquitectónico del color, a la muestra que acoge la Sala Daura se le añaden las últimas obras del pintor. Y aquí Jaume Ribas sorprende: de la herencia de Matisse y Rothko pasa a dialogar con Motherwell o Soulages. El negro es el protagonista, un negro que no es negativo sino lleno de delicados matices. Con él, el pintor se concentra en la lógica compositiva de unas piezas de poética monumental. Una juventud muy cercana a la experiencia espiritual emerge, quizás ahora, para dialogar con el espíritu montserratense.
La exposición Ábside es especial porque deviene una elección muy cuidados de piezas de su trayectoria y, aún, porqué en ella se presentan las obras más recientes, entre las cuales hay una serie que plantea un giro o una derivación interesante en Ribas: una serie basada en el negro y su contraste sobre el blanco. Son piezas muy potentes que introducen cambios pero a la vez dialogan con sus trabajos más conocidos, de dominante claramente sensual y colorista.
“Es una ventana y un espejo a la vez. En función de nuestro estado, de nuestras necesidades vitales, una pintura como esta nos libra de nosotros ofreciéndonos un paisaje infinito y abierto o bien nos conduce a una presencia, a una concentración, a centrarnos en nuestro yo verdadero, desnudo de inmediateces y falsas necesidades”, asegura Àlex Mitrani.
Por su peculiar técnica con el pigmento y las calidades voluptuosas de la pintura, Ribas podría parecer un pintor esencialmente sensual. Una juventud muy cercana a la experiencia espiritual emerge, ahora, para dialogar con el espíritu montserratense. En Ábside se confirma el sentido arquitectónico, monumental y meditativo de su pintura. A alguien le puede sorprender la última producción del artista, basada en el negro. No le da un valor moral ni anímico. No hay ningún drama tópico en esta negrura. Es más bien una sombra constructiva, una noche que permite destacar aún mejor la claridad. No es dura, opaca. Encontramos aquí unos negros atmosféricos, matizados, incluso levemente coloreados.
En Ribas predomina el sentido arquitectónico del color. Sus composiciones manifiestan una tensión entre espacio y geometría. Es muy peculiar su manera de dibujar con un trazo irregular y seguro a la vez que modifica el límite del cuadro. Siguiendo el bastidor, anula su carácter de frontera con un espacio otro, de fuera de la pintura. Así, el color se manifiesta como un territorio definido por sí mismo y no limitado por el soporte. La línea de Ribas es siempre cromática. Corta, define, multiplica grandes o pequeñas áreas de pigmentación y chorreos.
Rombos, cuadrados y trapecios se conjugan de manera articulada, con una extraña sensación de lógica y de arbitrariedad. Ribas es un apasionado del tangram. Tal vez, algo de este juego oriental se desplaza hasta su pintura. Hay una concordancia, recientemente estudiada, entre los juegos educativos y la vanguardia. Sólo hay una variación en la libertad y la profundidad, pero ambas se orientan a la imaginación y la inteligencia, al placer y al conocimiento. La concentración del juego está emparentada con la reflexión de la mirada estética: son gemelas. Los grandes artefactos cromáticos de Jaume Ribas nos ofrecen la posibilidad de una sensualidad gozosa y solemne a la vez. Se nos regala un instante para huir de la inmediatez contingente. Un momento de pintura, un tiempo de meditación.